Esta semana celebramos el Día de la Diversidad Cultural, motivo para poner en relieve la importancia de la convivencia y la armonía entre los pueblos que constituyen nuestra Nación. No hay posibilidad de desarrollo económico ni de paz social si esa convivencia se pone en tensión cuando no en peligro.
Por eso también se impone la necesidad de reiterar la reflexión y el rechazo ante los discursos de odio, discriminación y segregación social. En las últimas semanas hubo dos acontecimientos que se volvieron virales y mostraron la vigencia de este debate.
—¿Te imaginás a los coyitas hablando de política?—
Pasaron más de cinco siglos desde la conquista española y aún superviven, arraigadas en los discursos dominantes de nuestra cultura, expresiones que juzgan, laceran y dividen.
El encumbrado periodista otrora progresista esbozaba con sorna la pregunta. Y en lo peyorativo de la expresión se vislumbraba algo más grave y profundo: la negación de los salteños como sujetos políticos capaces de discutir y construir su propio destino. Democracia tutelada desde la Capital Federal. El regreso a la historia de lo que la historia oficial hizo con Güemes y sus gauchos durante más de un siglo: subestimación, ocultamiento, deslegitimación.
Lo mismo pasó cuando, desde otro cómodo estudio de televisión, todo un panel se burló de dos representantes de pueblos originarios que habían llegado a Buenos Aires a participar del malón de la paz.
—No me van a venir a dar lecciones de moral— cerró abrupto la entrevista el conductor cuando empezó a escuchar respuestas que no se ajustaban a su línea editorial. Para muestra basta un botón.
La arrogancia desplegada y el desprecio contra los pueblos originarios se entiende mejor no desde la particularidad de los hechos, sino más bien como manifestación de la hegemonía cultural que promueven las elites porteñas frente a las formas de ciudadanía que consideran de segunda categoría. Ese es el lugar que ellos nos asignan en sus representaciones.
Sería preciso señalar que esas formas de discriminación en lo cultural tienen su correlato en lo formal, material y estructural. ¿Acaso no son los ciudadanos del interior del país los despreciados que pagan transporte, servicios e impuestos más caros que los ciudadanos de la Capital Federal?
Estas reflexiones se hacen oportunas en momentos en los que el mundo enfrenta quizás dos de las guerras más importantes de las últimas décadas. La escalada bélica entre Israel y Palestina y entre Rusia y Ucrania se enmarca como producto de los procesos de segregación que llevan años debilitando la convivencia cultural y profundizando las desigualdades socioeconómicas.
Insisto con el sentido de oportunidad de estas reflexiones porque la agenda mediática que influye en la esfera pública y en el humor social suele ocultarlas o restarle importancia.
Argentina en una semana se enfrentará quizás a una de las elecciones más trascendentales de su historia democrática contemporánea. En la palestra se expresan proyectos políticos muy diferenciados y los resultados serán determinantes. Las elecciones no solo determinarán las condiciones de futuro próximo para los argentinos, sino también el lugar que ocupará nuestra nación en el concierto global de la geopolítica.
Durante su visita a nuestra provincia, conversábamos con el candidato a vicepresidente de Unión por la Patria, Agustín Rossi, sobre la magnitud de los desafíos que se pondrán en juego el 22 de octubre. La agenda es transversal: de lo económico a lo cultural, de lo particular a lo global.
Servido de la crisis que contribuyó a generar, el poder económico concentrado quiere recuperar también el poder político en nuestro país para implementar el siempre rentable sálvese quien pueda, la libertad de mercado a costa del hambre y el medio ambiente, la fábula de la meritocracia sin vivienda, empleo, salud ni educación pública.
Frente al embate, los hombres del pensamiento nacional y popular estamos obligados a redoblar el esfuerzo, a ser capaces de conmover a la sociedad, de persuadirla, y en última instancia de alertarla. Pues es cierto que el punto de partida no es el deseable, pero es el futuro el que está en juego y —aunque lo nieguen— siempre se puede estar peor.
Así como en 1983, solo la unidad nacional permitirá superar la crisis y trazar un camino de desarrollo con trabajo y producción, con paz social e inclusión.
La tradición humanista y solidaria de la Argentina está en juego. Las opciones nunca estuvieron tan claras. No todo da lo mismo.
Columna emitida por FM Aries el 12 de octubre de 2023.