Hace apenas un mes cerraba esta misma columna con un llamado al optimismo. Pues la historia argentina ha enseñado que nada duradero y valioso se construye desde el desánimo, desde la frustración, ni mucho menos desde los discursos agoreros del odio y la crispación.
Como ya lo dije alguna vez, los únicos que se pueden dar el lujo de no equivocarse nunca son aquellos que transitan la vida sin hacer nada, sin exponerse, sin arremangarse.
Los problemas y los desafíos se enfrentan siempre desde la honestidad intelectual, el diagnóstico realista y la fuerza del trabajo. Y ese es el compromiso que ha asumido esta gestión. Y reside en esa virtud la fortaleza para enfrentar cada una de las vicisitudes y crisis que nos tocaron sortear.
Al parecer, algunos se olvidan de que fue el gobierno que encabeza Gustavo Sáenz el que tuvo que sobreponerse a la pandemia, enfrentar la crisis económica agravada por la guerra, gestionar el combate de incendios forestales sin precedentes y atender la peor sequía de las últimas décadas. Todo esto en menos de tres años.
A cada dificultad, la gestión respondió con determinación, activando todos los resortes del Estado para atender cada demanda en una provincia postergada durante años por los diferentes gobiernos nacionales que ocuparon la Casa Rosada.
Se puso en pie un sistema de salud pública que estaba en franca decadencia y se cuidó la vida de cientos de miles de salteños. Se trabajó en la recuperación pospandemia en todos los niveles de la educación pública para que los chicos vuelvan a las escuelas. Se acompañó a todo el conjunto de trabajadores salteños para que no pierdan su poder adquisitivo frente a la inflación nacional. Se pusieron en marcha las obras de infraestructura que los sectores de la producción requerían para seguir creciendo. Se recuperaron y superaron los niveles de la actividad turística. Se incentivó como nunca antes el emprendedurismo y el desarrollo de la economía social.
Y sin dudas que falta un montón. El Gobierno es el primero en reconocerlo. Pero nadie puede negar que, a diferencia de quienes esconden la basura bajo la alfombra, este gobierno se hace cargo, pone el cuerpo y cada día trabaja a destajo para acercar y acelerar las soluciones.
No hace falta ser diputado nacional para darse cuenta que, por la peor sequía de los últimos 50 años, tuvimos problemas con el abastecimiento del agua. O que la inflación nacional empuja el alza en las tarifas también en nuestra provincia, o que debemos migrar de un sanitarismo de emergencia a un sanitarismo de prevención y bienestar
Los proyectos políticos son serios cuando trabajan en la urgencia, pero sobre todo en el mediano y largo plazo. Nos ha ido muy mal con aquellos que propusieron soluciones mágicas y cuando llegaron al poder no cambiaron mucho más que algunos patrimonios sectoriales.
Y quizás ahí se explique el origen de algunas críticas que resultan cuando no injustas y desproporcionadas. Pues para mejorar las condiciones estructurales de nuestra provincia en favor del conjunto de la ciudadanía hay que terminar con los privilegios de los sectores crónicamente beneficiados.
En esa línea se inscribe la última medida del gobernador Sáenz para frenar los aumentos en las boletas de luz que sufrieron miles de salteños en los últimos meses.
El decreto además prohibió los cortes en el suministro por falta de pago -tanto en domicilios particulares como comerciales- hasta tanto se garantice la prestación correcta y estable del servicio a valores justos y comprensibles.
Se trata de una medida que destacaron todos los gobernadores de la región y que, ya adelantaron, empezarán a emular en sus provincias en los próximos días.
Todos sabemos que los pequeños grupos del poder concentrado reaccionan con vehemencia cada vez que sus intereses se ven confrontados por los intereses del común de la sociedad. Lo mismo ocurre cuando el interior profundo pelea por sus reivindicaciones frente al poder del centralismo porteño.
El mandato, entonces, es no bajar los brazos y seguir impulsando las transformaciones estructurales que los salteños reclaman y merecen para vivir mejor. Le pese a quien le pese.